
Es una de las discusiones más álgidas en foros especializados en logotipos y branding. La respuesta no es simple.
La evidencia más antigua de un dibujo hecho por humanos se encuentra en la cueva de Blombos, en Sudáfrica. Tiene 73,000 años y consta de tres líneas rojas entrecruzadas por seis líneas separadas. Según los expertos, estas pinturas y otras manifestaciones similares, como patrones grabados, son un indicador del pensamiento simbólico de esos tempranos homo sapiens.
El primer alfabeto formal surgió mucho más tarde, en Egipto, hace 3,000 años, como una evolución de los jeroglíficos y es precursor de casi todos los alfabetos actuales. Han sido éstos los que han permitido a la humanidad dar un salto extraordinario pues reflejan, con gran fidelidad, la expresión oral, el lenguaje hablado.
Las marcas modernas son herederas de estas expresiones culturales del hombre, tanto del lenguaje escrito –la práctica totalidad de los logos tienen un nombre– como del grafismo con intención descriptiva o simbólica. De ahí que siempre procuramos que nuestro trabajo utilice ambos lenguajes: el escrito y el simbólico. Al primero se le suma el estilo tipográfico, resultado de la evolución milenaria de la letra, sus estilos, formas e implicaciones tecnológicas. En Ideograma creemos que hay que ser respetuosos con la tipografía, de ahí que tendamos a intervenirla poco o hacerlo con sutileza.
Eso nos lleva a conferir una mayor importancia a los símbolos de los logos y a agrandarlos cuanto sea necesario. Solemos separarlos de la tipografía, pero siempre los mantenemos vinculados y equilibrados en una unidad.
Recordemos que el logo es el elemento más reconocible de la marca y que encabeza dos narrativas: la verbal –la forma de hablar de la marca, tanto oral como escrita– y la visual –un estilo gráfico reconocible que lo trasciende–. El logo será mejor si es capaz de confluir adecuadamente en él ambas narrativas.
Respondamos, finalmente, la pregunta que nos hacemos: ¿es preferible que un logo contenga un símbolo?; tal vez no podemos decir que es imprescindible, pero sí altamente recomendable. Tenemos el aval de, por lo menos, setenta y tres mil años de historia.